Carta del Dr. Elio Cervone al Director de InfoCivitano*
En esta columna, un ciudadano de origen italiano expresa su preocupación ante el reciente decreto ley aprobado en Italia que restringiría la transmisión de la ciudadanía italiana iure sanguinis. Con argumentos firmes, defiende el derecho histórico de los descendientes en el exterior y llama a la reflexión colectiva de la comunidad.
Sr. Director de InfoCivitano:
Primero, quiero agradecer su predisposición y por permitirme generosamente un espacio en su prestigioso portal.
Mi idea es hacer un aporte a la defensa de la ley de ciudadanía de 1992.
Basada en el principio ius sanguinis, esta ley nos permite transmitir la ciudadanía italiana generación tras generación. Nos otorga, de hecho, el derecho a la ciudadanía italiana por este principio, pero para que sea reconocida a todos los efectos legales, debe realizarse el trámite ante los consulados que nos correspondan por nuestro domicilio. Además, nos brinda la posibilidad de transmitirla a nuestros descendientes (redundé a propósito en este punto) y poder contar con un pasaporte, como todos los italianos.
El 28 de marzo, el Gobierno italiano, a través del Consejo de Ministros, aprobó un decreto ley con vigencia de 60 días. En ese término, será el Parlamento quien tomará la decisión de aprobarlo con forma de ley definitiva o dejarlo caer.
Este decreto, que tiene características similares a los de necesidad y urgencia en Argentina, presenta un panorama oscuro y desolador para nuestra comunidad italiana en el exterior.
Sin duda, y con una mirada corta y sesgada, el gobierno decide en forma abrupta aparecer en escena, limitando de manera drástica el derecho que tenemos por ley los descendientes de italianos a transmitir la ciudadanía italiana.
El ministro Antonio Tajani, autor de la iniciativa, a mi entender solo tomó en cuenta la mirada de los habitantes de la península, no considerando a los emigrados italianos del mundo, que son millones.
Esta última palabra —millones— debe ser la que más les asusta, porque podría entorpecer los planes futuros de la premier Giorgia Meloni, quien tiene la idea de instaurar un premierato elegido en elecciones. Temen la incidencia de los votos sudamericanos y del resto del mundo.
Una característica gravísima del decreto ley es que solo podrían transmitir la ciudadanía italiana los abuelos y padres nacidos en suelo italiano.
Esto instala diferencias entre ciudadanos italianos, afectando el principio de igualdad ante la ley. Estarían exceptuados los padres o abuelos que hayan vivido al menos dos años en Italia, lo que los habilitaría a transmitir la ciudadanía italiana.
Este decreto ley, si finalmente logra convertirse en ley en los términos de su redacción inicial, destruye un pilar de la comunidad italiana en el exterior.
Destruye luchas pasadas de las familias y de la comunidad toda.
No podemos tener una mirada egoísta sobre el tema, solo porque alguna limitación no nos afecta directamente. Tenemos que entender que es una lucha común.
Además, entiendo que no deben pagar justos por pecadores. Miles y miles han hecho sus trámites de reconocimiento sin ningún vicio. Y por el volumen de juicios de reconocimiento en Italia se generó un descontento, que a su vez se transformó en la excusa perfecta para que el gobierno pusiera sobre la mesa este tema.
Hay otras soluciones para limitar el abuso sin afectar la transmisión, como exigir un determinado nivel de conocimiento del idioma.
Se podrían poner restricciones en las votaciones desde el exterior, y solapadamente no poner en riesgo sus intenciones políticas.
Pueden aparecer otras soluciones: solo hay que ponerse a pensar y apelar a la creatividad.
No podemos quedar, como comunidad, reducidos a ser entusiastas de los productos italianos y de la cultura, con todo lo que ella implica.
Quienes analizan a la gran comunidad italiana se dan cuenta de que tienen, como casi ningún país, una reserva de sangre propia que comparte las bases de la identidad italiana.
Pero quienes no ven ni analizan esto prefieren dar la espalda a los propios, aunque eso signifique que el país desdibuje su propia identidad nacional.
Trato de encontrar una explicación de por qué el Parlamento sancionaría una ley que pretende cortar con las prácticas de comercialización de la ciudadanía italiana, si se trata de una normativa plagada de anomalías e inconsistencias que la tornan inconstitucional y que seguirá generando miles de reclamos judiciales que continuarían atestando los tribunales.

La única explicación es seguir estirando los tiempos con una ley en la mano.
A la luz: muy desprolijo y poco estudiado. En las sombras: un plan silencioso y deliberado.
Como católico, espero que Dios ilumine a los parlamentarios para dejar a salvo la ley de 1992 y que la misma siga siendo sostenida por nuestra gran comunidad italiana en el exterior.
Como italiano, deseo que la historia de nuestra comunidad se siga escribiendo. Tenemos todavía mucho por decir.
Espero que muchos italianos compartan mis sentimientos y hagan llegar nuestro sentir a donde se manejan los hilos que pueden modificar nuestro destino.
¡Viva Italia!
Fuerza, connacionales.







